Señales

El año pasado más o menos para esta época me fui de vacaciones a una isla de Tigre. Sola y por 7 días me conecté con la naturaleza y le pedí a mi amiga Andy que me introduzca al mundo del universo y la ley de atracción. Leí mucho, caminé bastante y holgazaneé más, pero sobre todo entendí varios conceptos que ella siempre dice y que yo no podía terminar de procesar.

Conforme fue pasando el año viví distintos acontecimientos inesperados que, de alguna u otra forma, yo misma estaba gestando desde hacía tiempo: me mudé de casa, cambié de trabajo y decidí cortar con la universidad a fin de año. Lo que no sabía es que de esas tres cosas, sólo una no podía soltar (aún): la carrera.

Soy esa persona al borde del barranco

Terminé el año diciendo categóricamente «se acabó, chau UADE, hasta acá llegué, besitos besitos chau chau» y lo arranqué igual… hasta el viernes pasado. Resulta que yo pensaba que me quedaban muchas materias pendientes y cuando entré al Web Campus vi que sólo me queda cursar 3 materias y dar 4 finales. TRES MATERIAS. Sería una loca si dejo la carrera en este punto, y toda mi determinación entró en grado 9 en la escala de Richter.

Le di vueltas al asunto cual gatito con un rollo de lana, me enojé por ser tan débil y me mordí la lengua por haber afirmado tan convencida que iba a dejar algo que todavía no estaba lista para soltar. Recuerdo que el año pasado lloré cuando les conté a mis amigas, me sentía un fracaso por no terminar algo que yo misma había luchado tanto por hacer, y esa sensación de no ser suficiente sigue latente en mi corazón cada vez que aparece «artes escénicas» en mi cabeza.

¿Por qué dejar algo que amo? ¿Por qué darme por vencida ante la danza? ¿Por qué no luchar hasta las últimas consecuencias como cuando le escribí a Dios y María Santísima para que me abran una vacante en la carrera? ¿Por qué ante el menor signo de debilidad me dejo caer en vez de calzarme la armadura y salir a pelear?

Uno de mis propósitos de este año es hacer cosas que me hacen feliz, cuidarme más, aceptarme, y negar que quiero recibirme es negar algo que me hace bien. Yo sé que la danza es mi talón de Aquiles, que para mí es mucho más fácil cantar y actuar que bailar, pero como decía Rui Torres en Art Attack: ¿Difícil? Difícil es no intentarlo.

Fueron distintas señales las que me dijeron que vuelva. La primera fue esa cosquillita en la panza cada vez que veía perdida la posibilidad de vivir del arte por no tener un título que me avale enseñar. La segunda (y más importante) fue un mail que nos mandaron desde UADE diciendo que por única vez vamos a tener las materias de danza a la noche y la cursada será lunes, miércoles y viernes. No toca ni un día de los que ya tenía planeado hacer aquagym, o sea que voy a poder seguir con el ejercicio que a mí me gusta mientras intento con las clases de danza. Y la tercera es que mi viaje hace que me pierda las clases justas para no quedarme libre.

Como me dijo una amiga: el universo quiere que termines la carrera. El universo y yo, que no puedo tener asuntos pendientes y que necesito terminar lo que empiezo. No voy a negar que me molesta no cumplir con mi propia palabra, pero ¿a quién más engaño si no es a mí misma? Soy totalmente capaz de perdonarme por un error tan tonto como haber pensado que podría dejarla.

Así que acá estamos, otro año más, con un objetivo no planeado pero que se agradece. Quizás deba empezar a confiar un poco más en el universo, en la ley de atracción, y en todas esas cosas que hacen que por algún motivo que no podemos explicar lo que querés se haga realidad.