El fin de semana largo nos fuimos con mi mamá a San Bernardo, en el partido de La Costa, y disfrutamos de tres días de tranquilidad a orillas del mar con un sol radiante nos ayudó a recargar energías, una necesidad tan apremiante a esta altura del año. Fuimos el sábado y volvimos el lunes, tomamos mates en la playa, caminamos en la playa, comimos muy rico y fuimos al teatro. ¿El celu? En el hotel, así que hubo desconexión total.
Cada vez que viajo, no importa el destino, me quedo con ganas de más. No soy de las personas que flashean quirinchito en la playa vendiendo licuados, soy más de aquellas que sueñan con una mochila que me acompañe a recorrer el mundo, sea playa, montaña o ciudad. Soy de las que sueñan con armar algo propio que me permita trabajar y viajar al mismo tiempo. Soy de las que piensan que trabajo es igual a arte, y que arte y viaje es igual a felicidad. Soy de las que entiende que no existe una vida ideal pre-fabricada, sino que la vamos construyendo en el camino, y que quizás no sean todos momentos buenos pero a la larga todo es fuente de anécdotas y risas.
Todo eso me iba imaginando mientras leía el libro Días de viaje de Aniko Villalba, un gran compañero de aventuras si de viajes se trata. Aniko, como ya lo he dicho, tiene la capacidad de transportarte a un viaje literario que es tan fascinante como el físico, porque ella te hace vivir sus peripecias como si vos hubieras estado ahí, y te deja con unas ganas locas de agarrar la mochila y lanzarte al mundo a encontrar tus propias anécdotas. Ella te ayuda a perder el miedo, sin vender humo ni mundos ideales, de una forma que inunda valentía, algo que a veces siento que me falta.
Estos tres días en la costa me hicieron darme cuenta de cosas que quizás para vos sean una pavada, pero para mí fueron importantes:
- Fue la primera vez que me pude ir al mar un finde largo. Antes no había podido por la distancia (de Santa Fe a la costa se pierde más tiempo viajando que en la playa), por trabajo (findes largos en un aeropuerto, ¿qué es eso?), o por falta de recursos (había siempre cosas más importantes para pagar).
- Necesitaba parar la rueda, dejar el celular, desconectarme y estar presente al 100% conmigo misma, con mi mamá, con las sensaciones que provoca estar en la playa (la arena en los pies, el agua fría del mar, el viento en el pelo, el aroma salado).
- Existe teatro más allá de Capital Federal. Esto es algo que ya sabía (por ser yo misma del interior) pero que el vivir acá me había hecho olvidar: las provincias existen y son fuertes en todo lo que hacen. Vimos Camila, una puesta de la compañía Comedia Municipal de Teatro del Parido de La Costa y con mi mamá salimos felices. No por la temática, claro está, sino por haber podido disfrutar de una buena puesta por la que dio gusto contribuir (era a la gorra).
- El mar relaja, caminar a orillas del mar relaja, estar cerca del mar relaja, pero por alguna razón a la noche terminaba cansada como si hubiera corrido una maratón.
- Necesito viajar más seguido, no importa adónde, pero viajar me conecta de otra forma con mi esencia, con lo que me gusta, con la persona que realmente soy. Al viajar no importa nada más que el momento, pueden no salir bien las cosas pero hay una apertura mental que no sucede en la rutina.
El domingo compré un cuaderno para anotar los sueños. A veces tengo sueños muy flasheros que son dignos de una película, otros que después resultan ser un déjà vu, algunos no los recuerdo y otros son reproducciones inmediatas de lo último que estuve pensando. Es irónico que desde que compré el cuaderno no soñé nada en particular, pero ya llegará el momento de usarlo.
En resumen, la frase de la imagen de arriba resume lo mejor de este finde: viaje, libros y buena comida = dinero bien invertido.