No te asustes mami, no sucumbí ante las drogas ni el cigarrillo, mi adicción sólo afecta a mi economía y quizás, si me pongo a hilar fino, también a la ecología.
Soy adicta… a los libros. Muy adicta. Soy de esas personas cuyas pupilas se dilatan cada vez que entran a una librería, soy de las que explora las estanterías de amigos para ver qué joya tienen, soy una fiel lectora de blogs de personas que aman leer, y como internet es mágica, también veo videos de gente que lee muchísimo más que yo, porque es así: no puedo parar.
Toda la vida me ‘quejé’ de que no tenía ninguna colección. Si bien de chica juntaba las entradas al teatro y los programas, por alguna razón dejé de hacerlo y ahora si me quedan genial, pero ya no los guardo con tanto ahínco. Nunca me llamaron la atención las estampillas, ni las monedas, ni las figuritas (aunque en el álbum de Bandana sólo me faltó una).
Cuando me mudé a Buenos Aires empecé a juntar postales. Pero no las postales que se compran, sino esas que dan gratis en las cafeterías o en los centros culturales, y las guardo pero no las pego en ningún lado, aunque debería. Me gusta juntarlas, tener distintos diseños y tamaños, me gusta saber que están en algún rincón de la casa y que a futuro quizás me sirvan para decorar una pared. Pero no es una adicción, no voy corriendo por los cafés o teatros en busca de postales. Ahora con los libros… es otra cosa.
Cada vez que entro a una librería me siento en Disneylandia, miro todo, exploro como si fuera a comprarme cada cosa que me llama la atención, consulto precios, leo las contratapas y si me llaman la atención voy al índice, me fijo en las tapas, selecciono autores, me pierdo en las distintas estanterías y, si es una librería antigua, me zambullo a explorar en las cajas las distintas posibilidades. ¡Me encanta!
Creo que cuando más feliz me siento es cuando compro un libro. Ni siquiera con la ropa me pasa, y no es que no me guste comprar ropa, pero la gratificación es instantánea y no a largo plazo como cuando me compro un libro y lo miro mientras le llega el turno de ser leído. Los libros que acumulo (y que cada día son más) al lado de mi cama son mi pequeño orgullo, esa inversión de la que nunca me arrepiento aunque la historia no me guste, a diferencia de lo que me pasa con la ropa que si no me gusta ya la miro con recelo y pienso «¿para qué me la compré?».
Un libro nunca me decepciona, nunca me ignora ni me hace sentir inútil. Para un libro lo mejor que le puede pasar es que yo esté ahí para disfrutarlo, y esa maravillosa sensación no me la provoca nada más. Veo películas, voy al teatro, disfruto del arte en todas sus formas, pero los libros me pueden. Y eso que no soy una devoradora de historias porque mi tiempo se reduce entre la universidad y el trabajo, por lo que cuando tengo tiempo libre pocas ganas me quedan de fijar la vista en algo más.
Hasta que me engancho con una historia y soy una rehén de sus páginas. Me pasó este finde con Yo antes de ti, el libro que se hizo famoso ahora por la película con el lindo de Sam Claflin (y sus hoyuelos), que al pasar de capítulos no podía dejarlo, no podía dormir, no podía estudiar, no podía más que pasar página tras página para descubrir cómo iba a terminar todo, qué iba a pasar con los protagonistas. Y lloré, lloré mucho. Lloré como hacía mucho tiempo que no lloraba con un libro. Y me volví a enamorar de la lectura, quizás no con la obra maestra de la literatura universal, pero sí con un libro que fue todo lo que necesitaba después de tanto sentimiento de fracaso. Necesitaba algo que me demuestre que había cosas peores y que incluso en esas circunstancias algo bueno puede pasar.
Compro libros regularmente, con más frecuencia que con la que los leo, y no me arrepiento. Soy una adicta que no busca la recuperación, sueño con tener una casa grande con una habitación exclusiva para mis libros y un escritorio, hiperventilo cuando veo La Bella y la Bestia y aparece la escena de la biblioteca, me gusta Gilmore Girls justamente porque siempre hay un libro alrededor, me fascina la gente que lee mucho y que es apasionada por las mismas temáticas que yo. Soy así, una amante del aroma a libro viejo que adora perderse entre estanterías, y si algún día soy lo suficientemente pudiente me gustaría cumplir con el sueño de la casa con la biblioteca grande.
Rara, nerd, romántica, antígua, lo que quieras, pero a esta adicción no la cambio por nada.
Holi aya por un momento pense que me habias bloqueado xq no supe d vos x mucho tiempo. Ahora se q estabas a full con l trabajo y estudios que me parece perfecto. Que decirte sos un libro abierto que me gusta xq con tus vivencias yo viajo me gusta ahora me dieron ganas de leer. Yo antes de ti. Me lo recomendas.
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Jajajaja noooo Cin, ¡cómo te voy a bloquear! Estuve bastante off estos meses, pero poco a poco voy retomando 🙂
Gracias por pasar siempre!
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Hola,
Esta frase de tu post me ha hecho pensar.
«Creo que cuando más feliz me siento es cuando compro un libro.»
Ojala pusiera creo que cuando más feliz me siento es cuando leo un libro.
Aunque no sea de papel y lo leas en una pantalla.
Aunque sea prestado y tengas que devolverlo.
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Sí, es que soy muy feliz cuando leo, pero creo que eso cae de maduro en el hecho de comprarlos. Al comprar libros (nuevos o usados) siento que tengo un amigo nuevo en casa. Y cuando los leo y me gustan, es como si definitivamente hubiera encontrado a mi media naranja.
Gracias por pasar 🙂
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