La semana pasada fallecieron David Bowie y Alan Rickman, dos exponentes de la cultura británica que me gustaban bastante. Ambos me sorprendieron, de ninguno de los dos sabía que estaban enfermos y de sus muertes me enteré en el trabajo, con lo cual no pude hacer la catarsis correspondiente hasta llegar a casa.
Con la muerte de Alan Rickman me quedé shockeada, pero la de David Bowie me dejó mal. Tampoco es que haya llorado, no era fan, lo que sí me pasó es que sentí que tuvo una vida tan ecléctica que no me imaginaba que pudiera morir. Obvio, todos morimos, ¿pero no te pasa que algunos artistas te parecen eternos?
¡Además era tan lindo! Todos los cortes de pelo le quedaban bien, ¡hasta las mechas polémicas de Jareth! Era buen mozo, tenía estilo, una voz profunda y agradable, mirada de chico malo que cuando reía se le hacían arruguitas y hoyuelos…
No sé, no me imaginaba su muerte, ¡y mucho menos después de haber sacado un nuevo cd! Fue inteligente hasta para preparar su despedida, y eso me conmovió. Bah… todo. Siempre que muere alguien con familia, con fans, con tanta gente que llorará su ausencia me pone mal.
Lo mismo me pasó con Alan. ¡Qué tipo pintón! Además de zarpadamente talentoso. Y en esto debo confesarte que me dio mucha bronca que todos los medios anunciaran su partida así: «Murió el actor de Harry Potter», como si hubiera sido lo único que hizo en más de 40 años de carrera.
Alan Rickman tenía un poder para hipnotizar con sus actuaciones, verlo era fabuloso. Lograba componer sus personajes de tal forma que de verdad parecía que era él. No sé cómo explicarlo, deberías verlo para poder entenderme. Además su voz era maravillosa, tan profunda y masculina, ¡encantador!
Ahora que lo pienso, en cuestión de días perdimos a dos voces grandiosas.
Y a propósito de la muerte de David Bowie, la semana pasada se hizo un homenaje en Plaza del Vaticano donde pasaron sus películas y videoclips más famosos, por lo que pude ver completa por primera vez Laberinto ¡y me encantó! La música, ¡oh por dior la música qué buena que está!
Habrá sido bastante revolucionaria en 1986, donde determinados efectos especiales no eran tan comunes o no estaban tan desarrollados, pero la magia sigue intacta. Yo me quedé enamorada de uno de los temas, As the world falls down, que había escuchado pero no le había prestado tanta atención. ¡Qué hermosa balada! Quisiera que mi futuro marido fuera músico sólo para que me cante esta canción el día de nuestra boda 😛
Y acá es donde llego a lo del porte de rey. Ya es de público conocimiento que AMO la realeza, sea del país que sea, porque hay algo en ellos que me remite a otra época, como si el simple hecho de que sigan existiendo implica que los cuentos de hadas pueden ser reales, que lo pasado no siempre está pisado y que las tradiciones que forjaron naciones siguen intactas o mínimamente aggiornadas.
Hay un rasgo particular en los actores que personifican reyes que me encanta: la mirada altiva, la espalda recta, ese halo de superación, de saberse más que el resto. No me gusta en la vida cotidiana, porque si me topo con alguien así me da rechazo, pero en la ficción se ven tan lindos. Ataviados con sus trajes reales, a veces sensibles e incomprendidos y otras crueles y despiadados. Oh sí, me gustan bastante, quiero dar las gracias.
Ambos artistas han personificado a miembros de la realeza, ya sea del mundo real o fantasioso, pero donde sí han sido verdaderos reyes fue en sus profesiones. Alan fue un rey de la actuación, cada aparición suya era una obra de arte, y ni hablar de David que ha sido todo un referente en la música, imponiendo estilos y siendo precursor de distintos géneros. Ambos eran elegantes al moverse, al hablar, cada uno con sus particularidades pero los dos con ese magnetismo que por alguna razón desconocida no te permiten que les saques los ojos de encima.
Creo que habría sido maravilloso conocerlos. A veces sueño con ser periodista de espectáculos para entrevistar a mis artistas favoritos, conocer el trasfondo de sus elecciones, qué los inspiró a escribir determinada canción o cómo compusieron determinado personaje. Me da bronca cuando los periodistas pierden oportunidades gloriosas preguntando huevadas.
¡Qué pena! En una semana perdimos a dos reyes, y cada vez que muere un artista el mundo es un poquito peor.