Ayer en la última clase de actuación surgió algo que me dejó pensando y me recordó un poco quién era yo hace 7 años.
Todos los que venimos del interior pasamos por distintos procesos, creo que nadie zafó de las dudas, de los complejos, de sentirse perdido, de querer volver a casa y de extrañar horrores. En algún momento todo ese lado oscuro te invade y por más que acá estés haciendo lo que amás, a veces tus raíces tiran más fuerte y la disyuntiva es tremenda.
A mí me pasó en el 2009 cuando me mudé a Buenos Aires. Toda la vida supe que quería vivir acá, estaba completamente convencida, incluso tuve que luchar un poco contra mi mamá que hasta último momento me instaba a que elija Rosario porque estaba más cerca, pero cuando estuve acá, sola, me encontré con que tenía que aprender mucho y no sabía si estaba lista.
En mi ciudad no había colectivos, me manejaba en bici o mis papás me llevaban en auto a donde tenía que ir. Nunca me había cocinado sola, intenté aprender con mi mamá pero al horno lo prendía ella «por las dudas». Mi tarea era limpiar mi cuarto, poner la mesa, sacar el mantel y ayudar con la limpieza del patio o de la casa, pero nunca había limpiado sola el baño o la cocina.
Hoy quizás son estupideces, pero recién cuando estuve acá me di cuenta de lo mimaba que era. En mi caso fue absolutamente necesario irme lejos de casa, de lo contrario nunca iba a crecer, aunque al principio fue duro el cambio.
Cuando me mudé viví unos meses sola con mi hermano y después se mudó mi cuñada embarazada. Mi hermano ya tenía su familia, se había casado, y yo estaba como un anexo obligatorio porque no me quedaba otra. Muchas veces rogaba volver a la privacidad de mi cuarto, tener mis cosas, hacer mi vida a mi ritmo, pero tenía que compartir y tuve que aprender.
Porque esa es otra, como mi hermano me lleva 10 años yo crecí prácticamente como hija única, y de pronto me encontré compartiendo con él, con mi cuñada y con el futuro bebé. Demasiado junto.
Y a eso tenía que sumarle que iba a estudiar en un lugar completamente nuevo, 10 veces más grande que mi colegio allá en mi ciudad, y para ir tenía que superar el trauma del subte. Viajar en colectivo me daba pánico porque me costaba mucho ubicarme en la ciudad, no encontraba las referencias o me daba terror pasarme de parada y terminar en el medio de una villa. Que me pasó, pero salí viva.
Ayer una de mis compañeras que vino de Tucumán contó lo difícil que había sido para ella el cambio, y la verdad es que me había olvidado todo lo que tuve que pasar hasta llamar a Buenos Aires mi hogar. Su experiencia me trajo de nuevo todos esos miedos ya superados que a veces me bloqueaban, que no entendía, y comprendí lo difícil que es dejarlo todo siento tan chico.
La entiendo tanto, se lo dije muchas veces, porque yo también tuve miedos, me sentí perdida, quise volver a casa, extrañaba a mis amigas, a mi familia, a mi perro, pero paulatinamente todo se va acomodando, hay que ser fuerte y resistir, poner la mejor onda para adaptarse y tener en claro que si nadie te obligó a mudarte es porque hay algo dentro tuyo que hace esto por amor.
No necesariamente amar a alguien, sino el amor a la profesión, a ese sueño que te mueve, que te hace vibrar, que te mantiene vivo. El que elije dejarlo todo para perseguir su sueño tiene que pasar por muchas frustraciones, por muchos momentos de soledad, y a veces eso te afloja y te apabulla, pero seguís. Si lo que amás hacer está acá, te juro que seguís.
Yo dejé una casa con dos patios, dejé a mi familia, dejé a mi perro, dejé a mis amigas, dejé el campo que separa mi barrio del centro, dejé el aroma a flores y a tierra mojada, dejé la brisa de la tardecita, dejé el río, dejé los árboles en todos lados, dejé la confianza que me daba conocer a todo el mundo, dejé las siestas, dejé la tranquilidad.
Y cambié todo eso por una ciudad movida, con gente que vive a mil, los autos que tocan la bocina por nada, el pasto en las plazas y las flores en los puestos de las esquinas. Pero no me arrepiento, porque todo lo que dejé sé que me espera cuando voy, y acá encontré que amar lo que hago y hacer lo que amo me llena, me devuelve todo eso. La paz está dentro mío cada vez que me pongo los auriculares y me acuerdo que pase lo que pase yo elegí estar acá, con todo lo bueno y todo lo malo, confiando en que ese sueño que me sacó de mi raíz me llevará a donde tengo que estar.