Este fin de semana fui a casa a despedirme de mi perro, Apolo, y a disfrutar de dos días en familia, rodeada de naturaleza y cariño.
Me gustó mucho poder estar unos días allá dándole a mi perro todo el amor que él se merece, porque no sé si la próxima vez que vuelva lo voy a ver, así que al menos ahora estoy tranquila sabiendo que pude despedirlo como quería.
Es en estos mini viajes cuando me doy cuenta de lo hermoso que es estar en casa, como antes, como cuando vivíamos todos juntos. Está bueno disfrutar de la cotidianidad del hogar, las rutinas de la familia que sólo allá se respetan, como levantarse temprano y escuchar música mientras mami y papi toman mates, sacar a Toto al patio de adelante para que Apolo esté tranquilo en el patio de atrás, ir a visitar a mis abuelos a la tarde y charlar un rato, comer en familia todos juntos, pisar las hojas secas de la vereda…
En mi familia crecemos todos pero hay hábitos que nunca se pierden. Estamos constantemente escuchando música, hablamos a los gritos, yo soy la cola de mamá o papá cuando salen a hacer mandados, mis abuelos siempre van a encontrar alguna historia de cuando eran jóvenes para contarme, y la abuela antes de irme es fija que me va a preguntar «¿cuándo nos vas a presentar a tu novio?» como si Michael Fassbender ya supiera de nuestra relación (?).
El perro chiquito sigue siendo un histérico cachorro que salta, corre, ladra, juega y come, mientras que Apolo está relativamente bien para lo que su cadera le permite. La verdad es que pensé que iba a encontrarme con un panorama peor, y es que mi mamá fue bastante apocalíptica cuando me avisó que Apolo no estaba bien, pero se lo agradezco porque me fui con una imagen mejor de lo que esperaba y puedo tener un buen recuerdo suyo si es que cuando vuelvo ya no está.
Lo bueno de todo esto es que con mis papás me llevo muy bien, y a medida que pasan los años podemos entendernos mejor, sobre todo yo a ellos, por lo que podemos hablar de todo compartiendo opiniones y debatiendo posturas. Ellos se preocupan mucho por mi hermano y por mi, y volver a casa a sentir el calor de hogar siempre me hace bien, más aún cuando tenemos que enfrentar juntos situaciones como éstas.
Cuando sos chico rogás salir de tu casa para que tus papás te dejen de molestar con sus preocupaciones, pero cuando te vas llega un punto en que extrañás eso, y ahí es cuando lo cotidiano se vuelve mágico, porque después de todo uno busca volver a su origen para compartir esos pequeños momentos con las personas que más nos aman en el mundo.
Ay Ayita, cómo te entiendo. Disfrutá intensamente cada vez que volvés, llenate el alma de esa felicidad cotidiana. Besotes!
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