Cuando sos chico lo único que querés es ser grande. Soñás con la idea de vivir solo, tomar tus propias decisiones, viajar y triunfar haciendo lo que te gusta. Al menos yo lo hacía. Siempre quise parte de la vida que hoy tengo, y cuando miro para atrás a veces me emociono pensando en todo lo que conseguí quizás sin pensarlo o planearlo demasiado.
De chica quería vivir en Buenos Aires, pensaba que acá estaba todo lo que quería, que era mí lugar. Cuando estaba terminando la secundaria no dudé un segundo en anotarme en la universidad en esta ciudad, y como toda adolescente irreflexiva no me detuve a pensar demasiado en si iba a extrañar a mi familia o si sería difícil vivir lejos de mis amigos. Tuve que aprender a manejarme sola, a tomar mis decisiones, a administrar mi dinero, a ubicarme en una ciudad 10 veces más grande que la mía, a ver a través de una pantalla la vida de mis amigos y a hablar con mis papás por mensaje de texto más que personalmente.
Pero no fue suficiente. Haber cambiado mi domicilio no me ayudó a echar raíz sino todo lo contrario, en la universidad me topé con que muchos de mis compañeros habían viajado al exterior, conocían ciudades que yo ni siquiera había escuchado nombrar y si bien en mi cabeza siempre estuvo la idea de conocer otras culturas, nunca se me presentó como una necesidad hasta que pude ver que había algo más allá. En la universidad desarrollé el instinto curioso, que me llevó a preguntarme muchas veces cómo sería vivir en otra ciudad fuera de mi país, con una cultura diferente y quizás también con un idioma distinto.
Así fue como Buenos Aires dejó de ser mi lugar en el mundo para pasar a ser «mi lugar temporal en el mundo». Nunca me había planteado mudarme de país, sólo de provincia y por cuestiones prácticas. Y ahora tenía el bichito de los viajes picándome constantemente, así que cuando empecé a trabajar pude financiarme los primeros viajes a distintos puntos del país. Pero esos viajes no fueron convencionales, bah… sólo el primero porque lo hice con agencia y con una amiga, después los siguientes fueron completamente armados por mi cuenta, sin tours ni guías, sólo mi instinto y mi propia lista de cosas para ver. Conocí las Cataratas del Iguazú, Tandil, Bariloche y El Bolsón.
Amo viajar sola, no sé si podría hacerlo con otra persona tan cómodamente como cuando estoy conmigo misma. Me encanta manejar mi tiempo, ver lo que quiero, despertarme a la hora que tengo ganas, decidir si quiero gastar o no en comida o lo que fuera, detenerme en algún lado el tiempo que yo quiera, ser libre en todo. Al viajar sin compañía aprendí muchas cosas de mi misma que de otra forma no sé si habría podido, crecí en muchos aspectos que incluso viviendo sola no se pueden aprender, abrí mis ojos y mi mente a cosas nuevas, principalmente a formas distintas de ver la vida y a gente que simplemente es diferente (o muy parecida) a mí.
En mayo pasado se me cumplió un sueño: viajar a Europa. Estuve un mes viviendo en Inglaterra gracias a mis papás, a los papás de Flor, a mi otra amiga Flor, a Couchsurfing y a Anne. Hoy, meses después de haber hecho este viaje, te puedo asegurar que ese mes me cambió la vida. De manera similar a cuando me tuve que mudar a Buenos Aires, mi estadía en Londres me enseñó a valerme por mi misma en otro idioma, en otra cultura, y tuve que aprender muchas cosas más allá de lo que conlleva estar en otra ciudad.
Lo ingleses me dieron una lección de amabilidad y respeto que nunca tuve en mi país, aunque sí en mi casa. Aprendí y pude comprobar que existe un lugar en el mundo donde la gente se saluda bien, se pide disculpas, respeta las leyes y no se mete con el otro. Pude ver que existe una forma más civilizada de vivir y me pregunté «por qué no también allá», y volví con ganas de querer cambiar mi forma de vida en varios aspectos.
Creo que lo más significativo del viaje fueron las charlas que tuvimos con Anu (mi host en Bath) sobre el futuro, sobre nuestras carreras, sobre nuestra vida personal. Pero lo que a mí me impactó más fue ese momento en el que mientras estaba lavando los platos me puse a cantar y ella me escuchó. No me di cuenta, estaba muy concentrada lavando y cantando como para sentir la presencia de ella en la puerta, escuchando. Cuando terminé todo y me di vuelta ella estaba ahí, con una sonrisa de oreja a oreja y un poco emocionada, lo primero que me dijo fue que cantaba muy lindo y que no perdiera eso. Le conté mis sueños artísticos y, sin dudarlo, me animó a que los siga, a que haga de una vez por todas eso que me apasiona porque tarde o temprano la recompensa por el trabajo llegará.
Nunca me sentí tan genuinamente apoyada. Ella, una nueva amiga que no sabía mucho de mi, me dijo las palabras más sinceras y alentadoras que un espíritu un tanto abatido como el mío necesitaba escuchar después de 3 años trabajando en un lugar que hace tiempo dejó de hacerme feliz. Ella entendía mi necesidad de nuevos desafíos, de un cambio de rumbo, pero sobre todo mi necesidad de hacer las cosas que me gustan y sacar un beneficio de eso. Ella me hizo ver que yo también puedo ser una mujer fuerte e independiente en busca de mi futuro, más allá de la familia que sé que quiero formar algún día.
Así fue como después de ese viaje me sentí (¡por fin!) con la valentía necesaria como para tomar las riendas de mi vida, hacer de una vez por todas lo que me gusta, buscar opciones más allá de lo que ya tengo y ver a mi trabajo actual como un medio para conseguir cosas, más que un fin en sí mismo. No nací para trabajar en un aeropuerto, no nací para estar detrás de un mostrador indicándole a la gente dónde tiene que embarcar, yo nací para comunicar de diferentes formas (hablando, cantando, actuando, escribiendo).
Me di cuenta de que cuando elegí estudiar Relaciones Públicas no estuve tan errada, al contrario, fue una de las mejores decisiones que pude haber tomado. La carrera me enseñó a expresarme, a pensar más allá de mis fronteras, a ver que toda barrera se puede romper si me lo propongo, a entender al otro y a poder convencerlo de mi postura. Hoy puedo ser una mejor representante de mi misma gracias a haber estudiado esa carrera en primera instancia, y aunque en su momento me costó un poco aceptar que ese era mi camino, gracias al cielo la oportunidad para cumplir mis sueños llegó.
Hace unos meses no tenía ni idea de cómo iba a hacer para conseguir la cantidad estrafalaria de dólares o libras necesaria para estudiar en el exterior teatro musical; hoy tengo una universidad dispuesta a darme la carrera de artes escénicas en mi país, en pesos y cerca de casa. Todo se dio como si las estrellas se hubieran alineado en mi favor, hoy me siento más preparada que hace dos años y hoy estoy completamente segura de que es esto lo que quiero para mi, que no me veo de otra forma más que escribiendo y actuando.
No va a ser un camino de rosas, sería bastante aburrido si lo fuera, pero todo sacrificio tiene su recompensa y deseo con ansias poder atravesar estos próximos 4 años de estudio tan plena y feliz, con la certeza de que finalmente estoy estudiando la carrera que siempre quise estudiar, buscando el futuro que siempre soñé con tener, logrando los objetivos que de chiquita veía tan lejanos e imposibles. Pero nada, absolutamente nada es imposible, y soñar en grande sólo trae grandes realidades.
Porque los sueños, si vos querés, se hacen realidad.
¡Qué lindo, felicitaciones!
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