Los museos son esos lugares a los que vamos para apreciar colecciones de arte, objetos científicos o históricos, y también a «sacarnos selfies copadas para que todos vean que estuvimos ahí». No todo aquel que va a un museo está realmente interesado en explorarlo, disfrutar de sus salas o aprender, muchos sólo van porque «hay que ir» y esa gente es, generalmente, la que molesta sacando fotos de todo. Y a veces con tablets. Polémico.
El tema de las fotos con tablets está ampliamente discutido en este post de Sir Chandler, por lo que no me voy a poner a describir mi ira al respecto en este espacio. Lo que sí me interesa tratar es la banalización de la imagen, la necesidad que tenemos de dejar todo registrado en una foto, incluso las cosas más comunes como una merienda o un sticker gracioso que después nadie recordará. Y ni hablar de las fotos de los pies en verano, ¡horror!

Desde que leí un articulo de Walter Benjamin en la universidad respecto de la imagen y la reproductibilidad de las obras de arte, me puse a pensar en la banalización de la imagen en la actualidad. Al tener la maravillosa posibilidad de sacar una foto, editarla, borrarla o compartirla en cuestión de minutos, muchas veces nos olvidamos del valor que tiene (o debería tener) y nos dedicamos a inmortalizar pavadas en vez de momentos realmente importantes, como lo hacíamos cuando el rollo traía cuanto mucho 36 lugares disponibles.
Antes seleccionábamos cuidadosamente a qué sacarle una foto, y reservábamos los rollos esperando a ese momento valioso que mereciera la pena ser guardado para la posteridad. Nada se compara hoy en día con la sensación de esperar una semana (o 24 horas en los últimos tiempos) para ver el resultado de nuestro ingenio al fotografiar, y revivir los momentos retratados con familia y amigos llevando el álbum a todos lados era fantástico.
Por eso, hace tan solo un par de años nadie hubiera gastado su rollo entero sacando fotos a la obras de arte expuestas en los museos, simplemente porque esas mismas obras se encontraban en las enciclopedias o en algún lugar cuya calidad fuera mejor que una simple foto (si es que la idea era que una réplica de esa pieza decore nuestro living). Uno sólo aprovechaba si lo que tenía detrás era la Mona Lisa, sino había muchísimas más cosas a las que sacarles una foto.
Pero hoy en día eso ya quedó en el pasado, una máquina digital nos permite tomar infinidad de imágenes (a veces con una calidad un tanto dudosa) y eso nos ha convertido en una especie de maníacos fotográficos. Reconozco que yo soy una de esas locas que le saca foto hasta a las piedras, pero trato de no molestar a nadie. Y acá es donde me pongo como el demonio de Tazmania: ¡¿por qué sacar fotos en los museos?!

Es cierto que hay algunos que invitan a la interacción, otros simplemente tienen objetos tan espectaculares que uno no puede evitar retratarlos, pero cuando estamos hablando de obras de artistas como Rodin, Monet, Manet, Van Gogh, Da Vinci, en fin… renancentistas, impresionistas, clásicos en general, estamos hablando de obras que se ven en todos lados. Enciclopedias, puestos de souvenirs en las calles, y obviamente internet.
Entonces… ¡¿cuál es la necesidad de molestar al otro quedándote a sacar 20 fotos de un cuadro «hasta que salga bien» cuando en otro lado lo tenés mejor?! Sinceramente no lo entiendo. Me ha pasado, lo admito, que hubo veces en las que yo misma no me podía creer estar ante semejante maravilla y tuve que sacar una foto para que después no me queden dudas de mi presencia en ese lugar. Pero siempre tratando de no interrumpir a nadie, porque en la mayoría de los museos hay que pagar una entrada y quien entró quiere disfrutar de lo que allí se expone, no de una boluda intentando sacar una foto.

Hay espacios en los museos en los que uno se saca una foto porque están destinados para eso, como en el hall de la planta superior del Museo D’Orsay, en el salón de las esculturas del Victoria & Albert Museum o en el Film Museum of Frankfurt en donde sacarse una foto forma parte de la interacción misma con los objetos del museo. Uno en esos lugares es libre de hacer cuantas fotos quiera, pero frente a un cuadro no. No, no, y no. Los cuadros se disfrutan, se admiran, se reflexionan, se diseccionan, se analizan, pero no se retratan en fotos. No al menos si ese cuadro no representa algo significativo en tu vida, porque seamos realistas: ¿cuándo vas a volver a ver esa foto? Y cuando la veas, ¿te vas a acordar cuál era el nombre y quién era el autor? Probablemente no.
Lo mejor, si vas a un museo de arte y sabes que lo que hay ahí adentro te va a llamar la atención, es ir con una libretita y anotar los nombres de las obras que te impresionan para buscarlas después en internet o en una enciclopedia. Hay muchos libros de historia del arte en cuyas páginas se encuentran imágenes en alta resolución mucho mejor sacadas que las que podemos tomar nosotros, simples mortales, con una cámara digital de bolsillo. Así nos ahorramos molestar a los demás, pero sobre todo nos concentramos en hacer lo que se debe hacer en un museo: aprender, admirar, reflexionar y conectarse con la obra.

No creo que sea necesario prohibir en los museos el uso de las cámaras fotográficas, pero ¡qué placer es recorrer uno en el que no se pueden tomar fotos! En el museo de L’Orangerie fui tan feliz, no sólo porque estaban las obras de mis impresionistas favoritos (¡Les Nymphéas de Monet son una maravilla!) sino porque nadie molestaba ocupando lugar al cuete, todos estaban concentrados admirando la belleza de las obras. Así es como se disfruta un museo, ocupándose de las obras en las paredes, no de las fotos en las cámaras.
A veces me pregunto cómo es que una persona puede estar tanto tiempo frente a un cuadro, y me encuentro con una respuesta simple: esa persona se está conectando con lo que ve. No se trata sólo de mirar, se trata de observar, de ir un poco más allá no sólo con la mirada sino con todo nuestro conocimiento. Los artistas no son locos que de pronto piraron e hicieron cuadros, son personas mucho más inteligentes que la media que se han dedicado a reflejar su época, a criticar y/o protestar en contra del status quo, buscando a través de su obra hacer reflexionar al público. ¿Alguna vez te preguntaste por qué los regímenes totalitarios censuraban a los artistas? Simple, porque ellos incentivaban a la gente a pensar y eso no les convenía.
Si sólo nos dedicamos a sacar fotos de cuadros para mostrar que «estuvimos ahí» o porque el cuadro «era lindo», no sólo no vamos a estar cumpliendo con el objetivo de la obra sino que habremos decepcionado a más de un artista, haciendo de su trabajo algo simplemente lindo, en vez de una llave que abra la puerta de nuestra reflexión.