Esta canción de Juanes siempre me gustó porque tiene, como (casi) todos sus temas, un mensaje positivo que levanta el ánimo a pesar de todo lo que puedas llegar a tener negativo.
Hoy fue un día normal. Me levanté temprano, fui a trabajar, cumplí con mis tareas, me reí un rato y volví. Pero mientras volvía en el colectivo me entraron muchas ganas de escribir, y como te conté en el post anterior eso era algo que no me estaba pasando.
Aprovechando esta necesidad imperiosa de escribir, y habiéndome enterado minutos antes de terminar mi turno de la muerte de Cerati (no sé por qué cuando pasan cosas así si no puedo llorar escribo), decidí pasar a buscar los papeles del nuevo celular y tomarme un tiempo para ir a Datri, mi cafetería preferida.
Me sentí tan bien, ya me conocen como habitué de la casa así que me siento cómoda, como en familia. Siempre varío el menú, lo único que no puede faltar es el café con leche que es riquísimo. Así que me senté, no en la mesa de siempre porque había gente cerca y no me gusta, sino en otra que daba a la ventana.
¡Qué lindo abrir un cuaderno y comenzar a escribir! A diferencia del placer que me causa escribir en el blog, cuando lo hago en un cuaderno siento que estoy más conectada con lo que estoy escribiendo porque no tengo pestañas abiertas en paralelo y lo único que hay frente a mí es una lapicera y una hoja en blanco.
Por un momento sentí tal grado de conexión con los recuerdos (estaba completando mi diario de viaje), que sumado a la música que sonaba en la cafetería me entraron unas ganas de llorar… El soundtrack de Amélie siempre me transporta a las calles de París, y Datri es un café que me recuerda mucho a aquellos que veía en cada calle de esa ciudad, entonces de pronto sentí que me había transportado y que no estaba acá sino allá. No sé si me explico, fue raro, pero lo sentí.
Y seguí escribiendo mientras tomaba café, usando el celular sólo para ver la hora como lo hacía en Europa cuando era para lo único que me servía. Sentí que era un día extraordinariamente normal, que me trajo un poquito de la sensación de libertad que tuve durante los 36 días de viaje.
No sé si me puedas llegar a entender, no pretendo que lo hagas tampoco, pero me encantaría que algún día llegues a experimentar la hermosa libertad que se siente saber que todo lo que hagas, todas las decisiones que tomes, dependen pura y exclusivamente de vos, y que si te equivocás o te perdés vas a depender de la bondad de un extraño que te oriente, alguien a quien no le importa tu vida más allá del aquí y ahora. Y esa gente estacional, que te encontrás en un momento determinado por una razón cualquiera, es a veces la que más huella va a dejarte.
La amabilidad, gentileza, simpatía y buena onda que recibí durante mi viaje me ayudaron a ser más tolerante, y el hecho de estar totalmente sola, sin conexión con mi mundo (ya sea familia o amigos), me ayudó a poder ser más auténtica, a ser la persona que por distintas razones acá a veces no puedo ni quiero ser. Ojo, no es que me haya vuelto una loca aventurera allá, pero de pronto sentí más confianza en el otro, más seguridad al andar, y es que no tener miedo es maravilloso.
Creo que por eso hoy fue un día normal, aunque con un toque del exotismo que, realmente, necesitaba.